martes, 28 de septiembre de 2010

México vivo

Javier Bustamante Enriquez  
Psicólogo Social


“¡Viva México!”, así termina una serie de vivas que cada 15 de septiembre se proclaman desde las más pequeñas cabezas de ayuntamientos y plazas públicas hasta llegar al Zócalo de la Ciudad de México. Pasando por la ciudad de Dolores Hidalgo, en el centro del país, lugar donde dio comienzo el levantamiento armado de independencia en 1810. 

Al “Viva México”, anteceden varios vivas que acompañan los nombres de los principales líderes independentistas, comenzando con el: “Viva los héroes que nos dieron patria y libertad”.  La ceremonia ritual va acompañada por el toque de campana, que rememora el que diera en su día el cura Don Miguel Hidalgo y Costilla. La bandera es hondeada por el presidente o cabeza de gobierno de cada lugar y vitoreada por el pueblo reunido.

Este año, la celebración de Independencia cobró un especial matiz al conmemorarse 200 años de su comienzo. En realidad, la independencia se consumó hasta el año de 1821, curiosamente 300 años después de la conquista de México, en 1521, a manos de Hernán Cortés.

Múltiples son las reflexiones que se despiertan en estos momentos en torno al hecho independentista. Multitud de revisiones históricas, sociales, demográficas, culturales, artísticas se están dando en México, muchas veces opuestas. Esto nos hace pensar que realmente la gesta independentista sigue “viva”, como ese grito que comenzara en 1810 y aún despliega cantidad de ecos.

Muchos pueblos del mundo, por no decir que casi todos, han sido sometidos o sometedores de otros pueblos. Movimientos de independencia o revoluciones civiles ante regímenes internos se han dado y se dan en nuestros días. Las fronteras se mueven, se levantan nuevos muros, se derriban antiguos. A este panorama mundial, hay que añadir la gran movilidad de personas que va generando una interculturalidad cada vez mayor al interior de lo que conocemos como países. Los movimientos migratorios, lejos de ayudar a hacer más permeables las fronteras, van ocasionando que estas se tornen duras e impermeables. No es culpa de nadie y sí asunto de todos. El mundo está cambiando muy deprisa y las estructuras sociales, jurídicas, culturales, se nos van quedando viejas, se nos rompen y no pueden contener de manera adecuada las realidades para las que fueron creadas.

Una revisión del pasado nos hace forzosamente poner los pies firmes en el presente. Es digno y hermoso celebrar una gesta heroica como la Independencia de México. Como mexicanos nos toca ser agradecidos con todos aquellos que se dejaron la vida, que pasaron hambre y frío, que lo perdieron todo, si es que tenían algo, por soñar, por desear un presente y un futuro mejor. Seguro que se cometieron muchos errores de base o sobre la marcha. Seguro que no todos iban con buenas intenciones. Seguro que se podía haber hecho mejor... pero, ¿es que se está haciendo mejor en el presente?

Mirémonos en el espejo del pasado. Espejo de obsidiana. Espejo de oro. Espejo de cristal. Espejo de agua. Espejo de carne y hueso. Observemos que aquello ya pasó y pasó como pudo. Y, porque pasó, estamos ahora y aquí pasando nosotros. Estamos de paso, así que intentemos hacer lo mejor posible por nuestro presente. Revisemos lo que estamos haciendo, cómo lo estamos haciendo, qué queremos para nosotros y nuestros hijos, los que estamos siendo México ahora. A pesar de los problemas que nos acosan como sociedad y como país -la prensa nacional e internacional lo grita, muchas veces de manera distorsionada, pero lo grita-, a pesar de todo ello, México está vivo.

Ahora más que nunca, la mayoría de las mexicanas y mexicanos deseamos paz. Paz en nuestros pueblos y ciudades para poder circular tranquilamente, para saber que nuestros hijos crecen en ambientes seguros, para trabajar e invertir en un presente que prospere. Paz también en nuestras conciencias y en nuestras relaciones. Paz y confianza para con las personas que dirigen y toman decisiones.

Destruir la paz de una sociedad es muy fácil y puede hacerse en segundos. Construirla lleva mucho tiempo y es una labor cotidiana que no se puede descuidar. Ojalá que una fiesta como la del Bicentenario de la Independencia nos renueve en el ánimo para valorar la paz que tenemos, con su fragilidad y su fortaleza, y busquemos nuevos caminos y estructuras para fundamentar más sólidamente este invaluable bien.

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