miércoles, 1 de septiembre de 2010

Largo y sinuoso camino de la paz

Erich Mellado y Elisabet Juanola.
Santiago de Chile. 


A lo largo del 2010 varias naciones latinoamericanas festejan el bicentenario de su independencia, Chile es una de ellas. Motivados por la fiesta y con el ánimo de revisar el recorrido durante estos siglos muchos llevan meses preparando su regalo para este aniversario. El balance está en manos de historiadores, de políticos, de todos aquellos que se imaginan un país distinto. Por cierto, esta fiesta patria es propicia también para mirar cómo ha sido construida la paz, sus anhelos, lo que falta para que su cultura permee más profundamente toda la sociedad.

Hacer un balance de la historia de la paz en Chile en estos 200 años de historia resulta un desafío;  a diferencia de la clara línea que marca la cronología, el camino de la paz, es más bien una huella sinuosa y que en grandes tramos apenas se ve o simplemente desaparece para reaparecer mucho tiempo adelante. La paz en Chile no ha sido un continuo, un bien imperecedero o una bandera para hacerla flamear. A menudo ha cedido a guerras, disputas, intereses de pocos o a la imposición del fuerte sobre el débil.

Pero con unos buenos lentes se intuyen verdaderas pistas quizá poco exploradas en los libros de historia, más bien acostumbrados a relatar hazañas, triunfos y derrotas. El sendero de la paz a través de los 200 años de historia, se ha hecho visible en Chile de muchos modos. En todo cruce de culturas se construye una innegable riqueza. No exenta de dolor y muerte, el encuentro de los pueblos originarios con el pueblo extranjero ha tejido una rica amalgama reconocible a lo largo de 4300 kms. de norte a sur. Durante años, después de la supremacía colonial, tener sangre autóctona era menospreciable. Hoy el aporte de kunzas, onas, changos, atacameños, diaguitas, kawéskar, coyas, aymaras, araucanos, alemanes, suizos, croatas, y españoles suma y crece con la gracia de recuperar lo propio de cada cultura. Y vaya que todos tienen un sello propio.

El sendero de la paz aparece en la historia de Chile en los acuerdos entre adversarios políticos que aprobaron leyes de integración: como la participación de la mujer de la vida democrática en 1952, la reforma agraria que permitió repartir la tierra e incorporar al campesinado a la vida política y cultural del país. Están también la mejora en los niveles de alfabetismo y de otros tantos parámetros que ubican a este país como aquél que posee el mejor índice de desarrollo humano dentro de Latinoamérica.

Brilló la paz de manera especial con dos premios Nobel: Gabriela Mistral y Pablo Neruda. Un reconocimiento magnífico a la poesía, de cuyas palabras, muchas veces ha brotado la esperanza y ha dejado entrever el profundo espíritu de paz que hay en esta tierra.

Mientras muchos no descansan en señalar que la nación chilena ha sido fruto de guerras, conquistas y batallas ganadas, la cultura de la paz en cambio nos sitúa en un balance distinto, en el poder que tienen los pasos que se dan desde la reconciliación, la amistad cívica, el diálogo y la necesidad de concordar para avanzar, que son por cierto un camino largo y en construcción. Chile, tierra de hermanos, una mesa para todos, son lemas que han intentado hacer aportes a la unidad. Chile es hoy un país al que le duele el perdón, posiblemente porque para perdonar hay que creer en los procesos y en la historia hemos aprendido a reconocer las fechas de los triunfos y las derrotas.

Hoy más que nunca hay que escuchar al otro y reconocerle su espacio.

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