martes, 28 de septiembre de 2010

El tejido luminoso

Leticia Soberón
Doctora en Ciencias Sociales 

Los festejos del Bicentenario de la Independencia de México, y Centenario de la Revolución mexicana han vuelto a sacar a la luz unos hechos gloriosos y otros terriblemente crueles de la historia que dió lugar a nuestra existencia. Se insiste en la necesidad de conocer el pasado para definir mejor nuestra propia identidad. Y vemos cómo no sólo los considerados “héroes patrios”, sino una gran cantidad de personas de diversos bandos defendieron en aquellos años su propia idea de justicia y de libertad, los altos ideales sociales o sus privilegios para no perderlos.

Estamos frente a nuestros relatos históricos. ¿Para qué nos sirven? ¿No nos encontramos frente a desafíos iguales o mayores que los de entonces? Estrictamente hablando, es imposible cambiar el pasado. La historia y sus acontecimientos ya sucedieron y nadie puede modificarlos. Los posibles túneles del tiempo de los relatos de ciencia ficción aún están por ser inventados, y una clave de salud personal consiste justamente en aceptar lo que sucedió y que dio lugar a nuestro ser concreto, comprendiendo que somos fruto de unos acontecimientos, algunos luminosos, otros grises o francamente oscuros, que si hubieran sido distinos, no existiríamos. Reconciliarnos con la historia es un primer paso para poder incidir sin resentimientos en nuestro presente y así mejorarlo.

Pero, paradójicamente, sí existe una forma de transformar de algún modo aquellos hechos que, por ser del pasado, parecerían condenados a la inmovilidad. ¿En qué consiste? En decidir a qué tipo de  procesos históricos damos continuidad. Veamos cómo. Casi sin querer, uno elige un modo de ser, de vivir. Se adhiere a una línea de pensamiento -a veces sin darse cuenta-, escoge un estilo de estar en la sociedad, de crear el presente. Así da nueva vida a unas líneas de actuación que ya tuvieron lugar y que de otro modo quedarían muertas. Si uno relee lo que otros hicieron, descubrirá su propio actuar como continuación de alguna “escuela” de hacer la vida, ciertamente aportando un estilo propio y original que los matiza para siempre. Unos serán más creativos, otros menos, pero todos de algún modo actualizan en su presente unos procesos que, sin ellos, quedarían para los museos y la arqueología. Así, el tejido de la historia se va ensanchando con todo tipo de hilos, unos de colores, otros obscuros, algunos muy luminosos.

Pongamos unos ejemplos. Uno en su diario vivir puede abonarse a la historia de la guerra, del conflicto, de la lucha de poderes, del dominio, de la desigualdad. Si así lo decide, puede asumir e incentivar, -aunque como digo, tantos lo hacen por inercia y sin tomar conciencia de ello-, las diferencias sociales, económicas, culturales... dando continuidad a la interminable cadena de la violencia que se perpetúa en la historia, pero no a causa de un ciego destino, sino porque encuentra en cada generación unos cómplices que perpetúan la historia de la sangre y las lágrimas.

Quizá la mayoría quiere elegir un transcurrir más convencional, sin mayores sobresaltos, sereno, de sencillo trabajo y búsqueda de la estabilidad. Pero en su vida diaria no podrá permanecer neutral: su modo de tejer sociedad, de interactuar o no con los vecinos, su manera de pensar o de no hacerlo, de participar o ignorar a sus contemporáneos, de educar a los hijos, dará continuidad a procesos sociales, económicos, interpersonales, que pueden ir en la línea del desarrollo y la justicia, o de la inercia, la indiferencia y el desapego. También es posible, sin ser extraordinarios o superdotados, abonarse a procesos artísticos, creativos, lúdicos, artesanales, que continúen y actualicen, lanzando hacia el futuro, la historia local de la paz florecida, una paz fecunda y variada que desborde en fiesta, en su pueblo, en su barrio, en su ciudad o en su país.

Más aún: es hermoso, y posible, transformar el pasado en presente y el futuro dando continuación a los “hilos luminosos” que atraviesan la historia humana, aquellos procesos excelentes que dan soporte y sentido a millones de personas. Es posible recibir el testigo de las formas de vivir más constructivas y fructuosas, y ofrecer nuestro presente y energías para que sigan vivas y avancen también hoy. Asumir y actualizar los grandes objetivos de tantos héroes de la Patria, pero colocándose en la historia de la no-violencia, la búsqueda de la paz, la defensa de los derechos humanos y la dignidad propia y de otros; la historia de la democracia, de la libertad de expresión, la defensa de los excluidos y la promoción de la autonomía y el desarrollo de los pueblos. Todo ello recoge el esfuerzo de los grandes hombres y mujeres de la Historia, que tejieron con hilos de luz sus días y sus horas.

¿Cuál es el distintivo de éstos respecto a otros hilos que configuran el devenir de las naciones? Que quien los inicia y los continúa está dispuesto a dar la vida por esa causa, pero evita lanzar a otros a la muerte. Asume su tarea incluso con sacrificio, para que otros vivan, para que los amigos no mueran por ello. ¡Y son tantos los ejemplos!

El Bicentenario es una ocasión para seguir tejiendo hoy con hilos de luz la historia de México. Sin violencia, pero con decisión y arrojo. Con apasionada generosidad. Es una forma de transformar no sólo el presente, sino también el pasado: deja de ser arqueología, se actualiza y se lanza al futuro.

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